En el último año, la Inteligencia Artificial (IA) ha sido un tema que nos ha planteado un montón de discusiones y especulaciones en cuanto a su impacto en diversos campos, especialmente en aquellos ligados al arte o la comunicación, entre ellos, uno de los más afectados es el diseño.
En este artículo, vamos a explorar por qué se hacen esas afirmaciones y si representan una amenaza real para los diseñadores.
El gran problema de las IA
Es importante entender el problema principal que posee esta tecnología, que por más que pueda realizar tareas específicas con un alto grado de precisión, siempre está limitada por los parámetros, contexto y alcance final que se definen para cada trabajo. En fin, la intervención humana, ya que es incapaz de entender conceptos o ideas complejas y generar condiciones para el desarrollo de las mismas.
Creatividad en la IA = Información previamente proporcionada.
El factor humano
Otra limitación en comparación con los humanos es la falta de adaptabilidad a los cambios. Aunque pueden procesar grandes cantidades de datos y analizarlos de manera compleja, les resulta difícil comprender la imprevisibilidad del comportamiento humano, lo cual es esencial para el desarrollo del diseño, donde partimos de necesidades reales y su comprensión completa para intentar solucionarlos. ¿Cuál es el resultado? Propuestas cumplidoras que se pierden en el mar de soluciones realizadas de la misma manera, diseño sin alma.
¿Adaptarse o morir?
Es difícil ignorar la cantidad de artículos o noticias que aparecen diariamente sobre el impacto de las IA en el diseño y no sentirse abrumado por la cantidad de información y avances en este campo. Pero es muy importante comprender que esto no difiere mucho de lo realizado hace ya varios años por Adobe con programas como Photoshop e Illustrator, que facilitaron mucho más los procesos sin sustituir completamente a la fotografía o la caligrafía, como primeros ejemplos de prácticas que aún se realizan de manera “tradicional” hasta la actualidad.
Si bien es cierto que la IA puede mejorar u optimizar tareas más automatizables o mundanas, lo que realmente nos ofrece es la posibilidad de concentrarnos en otras instancias, como la investigación y el prototipado, que son etapas fundamentales del design thinking.
Sin embargo, existe también la posibilidad de utilizar estas herramientas (como todo dilema moral de las nuevas tecnologías) para simular propuestas de mucho valor pero carentes, como mencionamos anteriormente, de esencia y sustancia. Esto nos lleva a reflexionar sobre el efecto real de su uso indiscriminado, pero que en el peor de los casos, revaloriza esa cualidad única y exclusiva de los seres humanos: la creatividad.
En resumen, mientras la inteligencia artificial no comprenda o se acerque a comprender el valor de ciertas cosas a las que nosotros sí le damos valor (empatía), la amenaza es más bien infundada. Además, no podemos obviar la demonización de estas tecnologías en películas como ‘Terminator’, que se encarga de darle esa chispa de drama necesario para que sea percibida como algo a temer o una amenaza. Los diseñadores debemos seguir adaptándonos a estas herramientas y entenderlas como optimizadores de procesos. Nos permiten adoptar una mentalidad proactiva mientras mejoramos habilidades humanas, las cuales, al final del día, son las que nos hacen estrechar relaciones con los clientes y con nosotros mismos.
¿Chau Diseño? No, al menos por ahora.